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Serapio, el excluido incómodo del morenismo sinaloense

El diputado Serapio Vargas volvió a dar de qué hablar, y no precisamente por sus posturas polémicas o por algún proyecto legislativo. Esta vez, el morenista culiacanense denunció su exclusión de un evento oficial: la inauguración del puente de Santa Fe. “Se invitó a todos los diputados de Culiacán, excepto a mí”, escribió en redes sociales. No acusó directamente, pero dejó la pregunta abierta: ¿por qué?

La exclusión también comunica. El diputado local Serapio Vargas Ramírez volvió a ser tema esta semana no por sus posturas estridentes —que ya son parte del paisaje político local—, sino por un gesto que dice mucho más de lo que parece: no fue invitado a la inauguración del puente de Santa Fe, un evento oficial en Culiacán al que sí asistieron otros diputados del mismo municipio. Vargas lo denunció públicamente, sin tapujos y con ironía: “¿Cuál creen que es el motivo?”.

La omisión, por supuesto, no parece casual. En el actual gobierno estatal, la lealtad se mide en silencios. Serapio ha roto esa regla en múltiples ocasiones, cuestionando políticas públicas, tomando distancia del discurso oficial y —para colmo de pecados— mostrando simpatía hacia Imelda Castro, senadora de Morena y aspirante natural a influir en la sucesión del 2030, pero sin la bendición del grupo en el poder.

El asunto va más allá de un desaire protocolario. De fondo, lo que se observa es el estilo autoritario que se ha consolidado en el llamado “tercer piso” del gobierno de Rubén Rocha Moya, donde el verdadero operador político parece seguir siendo Enrique Inzunza Cázarez. A pesar de su salida formal del gabinete y su salto al Senado, Inzunza mantiene hilos activos en la estructura gubernamental y en el Congreso local, que opera más como caja de resonancia que como poder autónomo.

En ese contexto, no hay espacio para voces incómodas. El morenismo sinaloense —como ha ocurrido a nivel nacional— ha confundido unidad con obediencia. Y cuando un legislador decide actuar desde sus propias convicciones, aunque sigan alineadas con los principios del partido, se vuelve sospechoso. Se vuelve incómodo. Se vuelve, como en el caso de Serapio, un invitado no grato.

Serapio Vargas no es precisamente un político ajeno a la confrontación. Le gusta el reflector, y no le cuesta generar polémica. Pero también hay que decirlo: es de los pocos que se atreven a disentir desde adentro del movimiento. Y eso, en un tiempo de verticalismo institucional y sumisión legislativa, es casi un acto de rebeldía.

El problema de fondo no es Serapio ni su exclusión de un evento. Es el mensaje implícito: en el gobierno de Sinaloa, quien no aplaude no es convocado. Y peor aún, quien no obedece, es castigado. Esa no es una forma democrática de ejercer el poder. Es una advertencia. Y como todas las advertencias autoritarias, tarde o temprano acaban exhibiendo a quien las emite más que a quien las recibe.

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