En el Congreso de Sinaloa se respira solemnidad cuando se habla de poner nombres en letras doradas. Esta semana, el diputado César Guerrero, ahora en las filas de Morena tras su paso por el PAN, se sumó al homenaje legislativo para inscribir a María Lucila “Lola” Beltrán Ruiz en el Muro de Honor del Salón de Sesiones. Una iniciativa simbólica, sí, pero también funcional para quienes necesitan justificar presencia y alineamiento.
El reconocimiento a Lola Beltrán es justo e incuestionable. Figura icónica de la música regional, su voz y su presencia llevaron a México –y con ello a Sinaloa– a escenarios internacionales, dejando claro que el talento sinaloense no tiene fronteras. Pero el contexto legislativo en que se lanza esta propuesta dice más del entorno político que del homenajeado.
César Guerrero, antes crítico del oficialismo y hoy convertido en operador parlamentario al servicio de Feliciano Castro, secretario general de gobierno, ha encontrado en los símbolos culturales una forma segura de protagonismo. Un tipo de iniciativa que no incomoda, que nadie debatirá de fondo y que permite ganar aplausos sin riesgos, mientras se diluyen los temas verdaderamente incómodos: seguridad, transparencia, justicia.
Lo paradójico es que Guerrero, quien alguna vez levantó la voz desde el panismo cuestionando el uso faccioso del Congreso, hoy actúa como parte de una coreografía que tiene más de conveniencia que de congruencia. Se suma a iniciativas que, aunque legítimas, funcionan también como distractores elegantes frente a la inacción en otros frentes más urgentes.
¿Quién puede oponerse a honrar a “Lola” Beltrán? Nadie. Pero sí se puede cuestionar la oportunidad, el uso político del símbolo, y sobre todo, la forma en que se escoge cuándo legislar para la memoria y cuándo no. Porque si se quiere visibilizar el papel de las mujeres en la historia, el Congreso tiene pendientes más profundos que un nombre en una pared. Pendientes que no se saldan con bronce ni con discursos melosos, sino con leyes que protejan, empoderen y dignifiquen en serio.
Guerrero ha encontrado un lugar cómodo: el del legislador decorativo, funcional al poder y hábil para navegar las aguas de un Congreso cada vez más sometido a la línea partidista. Hoy da la nota por homenajear a Lola, mañana tal vez por declarar el día estatal del frijol. Lo que parece no estar en su agenda es cuestionar el estado de cosas en Sinaloa ni volver a ser la voz crítica que alguna vez pretendió ser.
Así, entre flores a los íconos culturales y obediencia legislativa, se escribe un capítulo más del Congreso de Sinaloa: uno en el que los nombres brillan en dorado mientras la política real se queda, una vez más, sin letras ni memoria.