Hay tribunas que se ocupan para defender causas urgentes, otras para debatir reformas de fondo, y algunas —cada vez más frecuentes— para presumir hazañas personales que solo existen en la imaginación del orador. Ese fue el caso de la diputada local Reynalda Leyva Ruiz, quien este martes subió entusiasta a la tribuna del Congreso del Estado de Sinaloa para celebrar lo que llamó un “hecho histórico”: la supuesta elección por voto popular del primer Ministro Presidente indígena de la Suprema Corte, el maestro Hugo Aguilar Ortiz.
La diputada no escatimó emoción. Habló de justicia, dignidad, pueblos originarios y hasta de un México que avanza. El problema es que nada de eso ha ocurrido. No hay elección popular para los ministros de la Corte, y mucho menos se ha designado un nuevo presidente de dicho órgano. Lo que sí hubo fue una diputada presa del autoengaño legislativo, vitoreando una ficción como si estuviera narrando un capítulo de historia real.
Tras el tropiezo, Leyva Ruiz compartió con orgullo en redes sociales su participación, como si la cámara del Congreso fuera un escenario más de promoción personal. Porque de eso se trató: de un momento diseñado para el aplauso propio, no para la verdad pública. La política del “yo estuve ahí” y “yo lo dije primero”, aunque lo dicho no tenga el menor sustento legal ni institucional.
En el mismo discurso, eso sí, presentó cinco iniciativas con enfoque social —apoyo a mujeres jefas de familia, infancia, autismo, libertad de expresión y corresponsabilidad parental—, temas que merecen más que una mención atropellada en medio de un desvarío triunfalista. Porque cuando las causas justas se mezclan con discursos falsos, terminan arrastradas por el mismo descrédito.
Lo ocurrido con la diputada Leyva Ruiz no es un simple desliz. Es una muestra clara de cómo la forma ha ido desplazando al fondo en el quehacer legislativo. De cómo el Congreso local, en vez de ser un espacio de debate serio y técnico, se transforma a ratos en una pasarela donde cada quien presume su minuto de protagonismo, aunque sea sobre una mentira.
Mientras tanto, los problemas de Sinaloa siguen sin resolverse desde la tribuna. Y lo que debería ser una herramienta de representación democrática, corre el riesgo de convertirse en un canal más de espectáculo, sin rigor, sin memoria y sin consecuencias.