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Carroña política en Ahome: el botín de los traidores

Ahome no tiene alcalde, tiene una extensión administrativa del tercer piso de Culiacán. En vez de autoridad, Toño Menéndez funge como emisario obediente de los intereses que se agolpan en torno al poder real del estado. La silla presidencial del municipio más importante del norte de Sinaloa se ha convertido en un festín político donde se disputan los restos del poder local como aves de rapiña.

El reparto es grotesco. Ana Ayala, diputada federal, ya cobró parte del botín con el nombramiento de sus incondicionales en áreas clave del ayuntamiento. Juana Minerva Vázquez, diputada local, también ha metido mano. César Guerrero, el más cínico del grupo, logró ubicar a su pareja en la unidad de inversiones del área económica, además de colocar a su equipo personal de redes y comunicación en puestos estratégicos. El ayuntamiento no es hoy una institución pública: es la nómina particular de sus intereses.

Toño Menéndez, ajeno al ejercicio de poder real, sólo observa y ejecuta. Cada movimiento, cada designación, cada declaración, es validada primero en Culiacán, ya sea en el despacho del gobernador Rocha Moya o en el escritorio del senador Inzunza Cázarez. Es el precio de llegar por acomodo político y no por liderazgo propio. El supuesto alcalde no da un paso sin instrucciones.

Mientras tanto, los ahomenses ven cómo el municipio se vuelve botín de guerra. Lo que antes fue orgullo regional hoy es campo de disputa de grupos heridos por la infamia caída de Gerardo Vargas. Pero Vargas, con todos sus vicios, por lo menos ejercía poder. Lo que hay ahora es un vacío ocupado por la ambición de sus detractores, que en su rencor han decidido desfondar la administración municipal para cobrarse viejas cuentas.

Pocas decisiones han salido del círculo íntimo de Menéndez. Los pocos nombramientos suyos son familiares, amigos o socios, y algunos ya comienzan a generarle más problemas que respaldo. El desgobierno no sólo se ve en la falta de rumbo, también en la fragilidad de las alianzas. El propio Menéndez comienza a ser una carga para quienes lo impusieron.

La ironía es que las obras, los recursos y las gestiones que hoy presume el ayuntamiento no son mérito de esta administración, sino parte de los compromisos hechos cuando Gerardo Vargas aún tenía línea directa con el gobierno estatal. Hoy se revenden como logros ajenos mientras se reparte el cadáver político de un municipio que merecía más.

Ahome no merece ser gobernado desde los sótanos del rencor. No merece una administración capturada por quienes sólo buscan cobrar lealtades. Pero el odio, los pleitos internos y la sed de revancha de los aliados de Rocha Moya han convertido al municipio en territorio de castigo.

En este tablero, el verdadero problema no es que Menéndez sea un títere. Es que ni siquiera logra fingir que mueve los hilos.

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