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¿Dónde anda Toño Menéndez? El silencio que habla desde Palacio Municipal

El viejo edificio de Cuauhtémoc y Degollado huele a encierro. No es solo por las puertas cerradas de la presidencia municipal ni por la sorpresiva ausencia de personal en la Secretaría del Ayuntamiento. Es el vacío político lo que ocupa cada rincón de Palacio en Ahome. Desde que se dio a conocer la resolución judicial que ordena la restitución de Gerardo Vargas Landeros como alcalde legítimo, Antonio Menéndez ha desaparecido del escenario. Y no por casualidad.

Ningún boletín. Ninguna foto cortando listones. Ningún evento protocolario. Toño, el alcalde impuesto por los vientos del Tercer Piso, se esfumó apenas se enteró de que el reloj del Poder Judicial empezó a correr con una cuenta regresiva: 48 horas para dejar libre la silla que nunca le perteneció por derecho. Dicen los que saben —porque en Sinaloa siempre hay quien sabe— que el destino favorito de Menéndez cuando se complica el panorama no es la plaza pública, sino la antesala de sus padrinos políticos en Culiacán.

Lo curioso es que no sólo él desapareció. También lo hizo la presidencia, las oficinas, los sellos, hasta los empleados. Todo indica que la estrategia es simple: que no haya nadie que reciba la notificación judicial que reactive el orden constitucional en Ahome. Y si alguien tenía dudas, ahí están los papeles pegados en la puerta: “periodo vacacional del 1 al 13 de agosto”. Un cierre inédito, disfrazado de trámite administrativo, en un municipio donde históricamente siempre ha habido guardias para atender a la ciudadanía, incluso en los días más muertos del calendario.

Hasta hace unos días, Toño juraba ante la prensa local que el ayuntamiento operaba con normalidad, que las oficinas no cerraban, que el periodo vacacional era una costumbre, no un mandato. Pero bastó una resolución judicial para que esa “costumbre” se convirtiera de pronto en orden ejecutiva. El contraste es brutal, y habla más de lo que cualquier declaración pueda maquillar.

El nerviosismo se respira, no se disimula. Seguridad pública rodeando el edificio, empleados enviados a casa, secretarios en silencio. La sombra de la legalidad avanza y, como en los viejos tiempos, los que llegaron por la puerta trasera ahora buscan cómo salir sin ser vistos.

¿Será que temen que Gerardo Vargas les devuelva la cortesía con la misma rudeza con la que lo sacaron? ¿Esperan que su reinstalación implique cerrajeros, actas notariales y forcejeo con custodios municipales, tal como ocurrió cuando ellos tomaron posesión de facto? O quizá saben que su permanencia nunca fue legítima y que lo que está en juego ya no es solo el cargo, sino la narrativa con la que intentaron justificarlo.

¿Dónde anda Toño Menéndez? Esa es la pregunta que recorre Ahome. No solo como ubicación geográfica, sino como símbolo del vacío político que deja quien, al primer revés jurídico, deja de hablar, de gobernar y de aparecer. El silencio, en política, no siempre es prudencia. A veces es miedo.

Y como dicen allá por la sierra de Badiraguato: el miedo no anda en burro.

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