El día amaneció teñido de rojo en Sinaloa. Lo que parecía ser una jornada más, pronto se convirtió en un brutal recordatorio de que la violencia sigue imponiendo su ley, por encima de los discursos oficiales y de los anuncios de refuerzos en seguridad. Hasta las 10 de la mañana, el saldo era escalofriante: 24 personas asesinadas en distintos puntos del estado, la mayoría víctimas de actos atroces que evocan los peores momentos de barbarie.
El hecho más crudo se registró en Culiacán. A la salida norte de la ciudad, en el puente que conduce al Seminario, cuatro cuerpos fueron encontrados colgados de los pies, sin cabeza. Apenas comenzaba a asimilarse el horror de esa escena cuando apareció un segundo hallazgo: 16 cadáveres apilados en la caja de una camioneta tipo panel, uno de ellos también decapitado. La Ford Transit blanca, convertida en fúnebre contenedor, fue abandonada como mensaje evidente de dominio criminal.
El terror no se limitó a la capital. En la comunidad de El Tigre, Navolato, tres hombres con las manos atadas fueron asesinados y sus cuerpos arrojados a un costado del camino. En el sector Barrancos de Culiacán, otro hombre cayó a manos de la violencia, para completar la macabra cifra de 24 muertos en solo las primeras horas del día.
Todo esto ocurre mientras el gobernador Rubén Rocha Moya insiste en que se avanza en el combate a la delincuencia, y mientras el secretario de Seguridad federal, Omar García Harfuch, promete que la llegada de más elementos federales hará la diferencia. La cruda realidad de este amanecer sangriento desmiente los discursos. Las fuerzas federales, los operativos, los anuncios mediáticos: todo parece insuficiente ante la capacidad de los grupos criminales para exhibir el vacío de autoridad.
Sinaloa despierta hoy con el alma estremecida y la evidencia de que la paz prometida sigue siendo un espejismo. Lo ocurrido no es solo una estadística más: es un grito de auxilio ante el fracaso de las estrategias y la urgencia de repensar un modelo de seguridad que no logra devolverle la tranquilidad a los sinaloenses. La sangre de este amanecer exige respuestas, no más discursos.