La senadora Imelda Castro ha decidido dar un paso que, más que sorpresivo, confirma lo que muchos veían venir: el inicio abierto de su ruta rumbo a la candidatura de Morena por la gubernatura de Sinaloa. Con el argumento de que “el territorio nos llama”, la legisladora declinó presidir la Mesa Directiva del Senado, cargo que la habría mantenido anclada en la Ciudad de México en un año clave para la política local. La renuncia no es menor; es un mensaje directo, una declaración de intenciones en la antesala de la disputa interna que se avecina.
La narrativa de la senadora habla de un compromiso con la paz y la cercanía con la gente. Pero detrás de ese discurso se asoma el verdadero objetivo: posicionarse frente a los intentos de Rubén Rocha Moya por imponer a Enrique Inzunza como el delfín del oficialismo sinaloense. La referencia al “territorio” es un guiño a quienes en Morena y fuera de él entienden que la sucesión ya comenzó, y que Imelda Castro no está dispuesta a ceder espacios sin dar la pelea.
El gesto de rechazar la presidencia del Senado también deja ver el cálculo político. Es sabido que ese nombramiento responde al visto bueno de la presidenta electa Claudia Sheinbaum, y todo indica que Imelda no estaba en su lista prioritaria. Mejor entonces volver a casa, donde la contienda real se desarrolla y donde los amarres políticos, las alianzas y la presencia en el territorio cuentan más que un título en la Cámara Alta.
Así, la senadora arranca su estrategia con un discurso que pretende capitalizar el hartazgo social por la violencia y el deseo colectivo de paz, mientras despliega actividades y proyectos que más que soluciones concretas, funcionan como plataformas de exposición. El territorio la llama, sí, pero es el poder lo que verdaderamente la convoca. Y en esa ruta, la batalla apenas comienza.