Mientras miles de niños sinaloenses son empujados al trabajo infantil, el gobernador Rubén Rocha Moya está demasiado ocupado en lo que verdaderamente le importa: limpiarle el camino a su amigo, el senador Enrique Inzunza, para que herede la gubernatura.
Los datos del INEGI no admiten excusas: más de 59 mil menores trabajan en ocupaciones prohibidas en el estado de Sinaloa, lo que representa el 9.7 % de toda la infancia explotada en México. Pero a juzgar por las prioridades del gobernador, pareciera que los únicos menores que le preocupan son los que todavía no le compiten el poder, pero espérense a que tengan los 18 y ahí van a andar correteando el voto popular.
Porque mientras en comunidades rurales los niños cargan costales y vigilan puestos callejeros para “ayudar en casa”, Rocha se dedica con esmero quirúrgico a eliminar obstáculos políticos, ya se deshizo de los alcaldes de Culiacán, Mazatlán y ahora intenta hacer lo mismo con el de Ahome, todos curiosamente con potencial electoral y no contento con la limpieza municipal, también arremetió contra su correligionaria Imelda Castro, senadora incómoda cuyo pecado es tener voz propia. ¿Todo por qué? Para que Inzunza avance sin resistencia, como si Sinaloa fuera su finca particular.
Entretanto, lo que reina en el gobierno estatal es el desaseo político, lejos de encarar los problemas que laceran a la sociedad sinaloense (como la pobreza infantil, el abandono escolar o la violencia cotidiana), el Ejecutivo del estado prefiere moverse entre vendettas internas, simulacros de gobernabilidad y arreglos de pasillo. No hay voluntad para resolver lo urgente, pero sí una eficacia sorprendente para aniquilar adversarios, silenciar críticos y operar sucesiones.
La realidad de miles de familias desfavorecidas queda relegada, mientras el Palacio de Gobierno se convierte en cuartel de intrigas, más preocupado por el ajedrez electoral que por el bienestar de los ciudadanos.
La SIPINNA y REDIM advierten del colapso: niños fuera de la escuela, sin redes de protección, obligados a cubrir gastos escolares o alimentar a la familia, pero en la narrativa oficial no hay espacio para esta realidad. Es más cómodo vender una Sinaloa “en transformación”, mientras los niños siguen atrapados en ciclos de pobreza y explotación.
Rocha no es un gobernador distraído, es un político concentrado, enfocado, eso sí, en perpetuar su poder por interpósita persona. La infancia queda para después.