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El Ojo de Argus y la guerra de lodo contra Gerardo Vargas

Del 10 de febrero al 17 de junio de este año, un perfil digital surgido en Culiacán bajo el nombre de El Ojo de Argus ha dedicado tiempo, dinero y esfuerzo a una campaña negra dirigida exclusivamente contra Gerardo Vargas Landeros. De acuerdo con los datos revisados, han pautado 60 anuncios pagados en redes sociales con un costo total de 152 mil 489 pesos. Eso equivale a un promedio de 2,833 pesos por anuncio. El patrón de ataque es constante, coordinado y, sobre todo, profesional en su forma, pero poco transparente en su origen.

El nacimiento del sitio ya traía una carga simbólica. Inició como El Debacle, parodia evidente del medio El Debate, mofándose de sus notas y estilo. Pero fue el 8 de febrero cuando mutó a El Ojo de Argus, nombre con aspiraciones mitológicas y mirada omnipresente, y dos días después arrancó su ofensiva mediática contra Vargas Landeros.

Los números no cuadran si se les mira con lupa. Aunque los anuncios parecen tener un amplio alcance (publicaciones con hasta 10 mil likes, cientos de comentarios y compartidas), el análisis revela un patrón artificial: la mayoría de las interacciones provienen de perfiles falsos o bots. Es decir, hay una estrategia deliberada para inflar el impacto mediante compra de tráfico y simulación de engagement. Lo más revelador es que la fanpage de El Ojo de Argus apenas supera los 1,400 «me gusta» y los 5,900 seguidores. Disonancia total.

La pregunta que flota en el aire es tan sencilla como incómoda: ¿quién está detrás? ¿Quién se toma la molestia de invertir más de 150 mil pesos en una campaña digital para desgastar la imagen de un actor político como Vargas Landeros? Hasta ahora, no hay rastro de un patrocinador comercial, ningún producto anunciado, ningún rastro de ingresos legítimos para sostener esa inversión publicitaria. La página no vende nada, no promueve servicios ni tiene contenido informativo más allá del golpeteo.

Todo parece indicar que El Ojo de Argus no nació como un proyecto editorial genuino, sino como una herramienta de guerra sucia disfrazada de sátira. Es el síntoma de una práctica que ha ganado terreno en los procesos políticos recientes: las campañas negras digitalizadas, diseñadas para sembrar duda, distorsionar la percepción pública y minar al adversario sin necesidad de ofrecer una alternativa.

En un contexto donde los bots se alquilan por paquetes y los contenidos se inflan con clics vacíos, la ciudadanía debe afinar la mirada crítica. No todo lo que circula con miles de likes refleja realidad. En ocasiones, como en este caso, sólo retrata el costo que alguien está dispuesto a pagar para destruir sin dar la cara.

 

 

 

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